viernes, 13 de julio de 2012


Llamar al portón del tiempo perdido…Adiós a la casa de Cuesta Blanca


Un amigo me decía hace años que la vida es una especie de azar conjurado. El mismo día que encontré las fotos de la despedida familiar de la casa de Cuesta Blanca (Córdoba, Argentina), leí, más tarde, un artículo de mi escritor favorito http://www.blogenriquevilamatas.com/por-el-dolor-de-llamar/ sobre el dolor de llamar al portón del tiempo perdido y ver que  nadie responde, cuando se pone a recordar a un amigo escritor que ya no está.

La casa de Cuesta Blanca se me ha convertido de pronto en ese amigo muerto, en esas palabras que llegan con retraso, en ese dolor de llamar y no ser escuchado.
Veo las fotos de esa tarde que parece fría pero clara, como si el aire y la luz acompañaran, benevolentes, el adiós a la casa de mi madre.
Quizá, como dice Vila-Matas, el tiempo perdido no existe y la casa que lo habita aún queda en pie, en algún lugar del tiempo, aunque ya sea otra casa y otro tiempo,  y los recuerdos que la habitan nos sean cada vez más remotos.

Por la noche, el azar siguió conjurando y leyendo (la literatura, por suerte, nos pone a salvo de lo peor de la nostalgia) distraídamente el periódico, me encontré con la frase de otro inmenso escritor: “Ayer no terminará sino mañana y mañana comenzó hace diez mil años” (Faulkner), o sea, somos el resultado de miles de generaciones, las cosas que nos pasan, las alegrías y las tristezas, todo viene de hace tanto tiempo, somos el azar y la determinación de una urdimbre muy antigua. Me gusta pensar que la despedida de la casa de mi madre quedará así prendida en el tiempo, formando parte de ese tiempo antiguo que nos forma y nos da carácter,  y también el temperamento, los sueños, las frustraciones, y el dolor de las despedidas.



jueves, 26 de abril de 2012


Sobre "Los visitantes" o la invisibilidad de las raíces

Llegó a mis manos, directo de Córdoba, Argentina, el libro de relatos de viaje Los visitantes, publicado por Caballo Negro, editora. El libro se devora y se lee con la misma expectativa y quizá el mismo entusiasmo con que sus autores viajeros lo escribieron. Hay viajes (relatos) físicos, mentales, viajes como ofrenda de gratitud, viajes sentimentales, viajes frustrados, dolidos, arrepentidos…y viajes muy divertidos, desopilantes, como Mi amor nazi de Cucurto, quizá la crónica menos viajera de todo el libro, aunque suceda en Berlín.
 De todos los relatos, hay dos que me gustaron especialmente, que reflejan, además del movimiento físico del viaje, un vagabundeo del pensamiento o de la mente. Creo que en ambos late un misterio, una especie de idea inadvertida, algo que podríamos definir como la invisibilidad de las raíces, o la invisibilidad del origen, una doble invisibilidad, por decirlo así: la de la voz narradora y la del lugar que es el destino del viaje. En estos dos relatos los viajes me han parecido, sobretodo, o especialmente, viajes mentales, aunque los protagonistas deambulen por la playa, por hoteles, ríos o autobuses. Son las crónicas de Alejandra Baldovín y Damián Ríos: un viaje a Brasil, cuya protagonista se desplaza velozmente con la mente mientras pasea inadvertidamente por un pueblo pesquero, y un encuentro familiar en el mar uruguayo, un conmovedor regalo al padre que vive en Entre Ríos, y hace muchos años que vio por única vez el mar. Siendo relatos muy diferentes, los dos comparten ese núcleo, esa intimidad que late y crece en los desplazamientos simultáneos del cuerpo y de la mente, donde el viajero llega sin aludir explícitamente a un origen: geográfico, social, cultural, o de cualquier otra clase.
 Casi diría (aunque ya se que es un poco abusivo) que el resto de las crónicas, sí tienen, de forma más o menos explícita, esta alusión a los orígenes como los puntos de partida del viajero, como fondo general del relato contra el que deben recortarse, como supuesto contrapunto, las singularidades (comidas, cadencia del habla, pobreza, desolación del paisaje, soledades impuestas) del lugar de llegada.   En algunos casos, cuando el relato hace muy evidente ese contraste o contrapunto o extrañamiento,  me parece que surge la amenaza del estereotipo, del tópico o lugar común: el viaje como imposible cura y el viaje como pura nostalgia: me pasa un poco con los relatos de Sonia Budassi y Sol Pereyra.
 Sin embargo, en este juego de los contrastes o contrapuntos, me gusta mucho la leve chanza del relato de Gandolfo y sus cafés cortados o lágrimas y la ironía dolorosa de Hebe Uhart y sus vendedores de collares en Cartagena de primera y segunda categoría.
 Luego están los viajes emprendidos con el corazón pero que no resultan reparadores- así me parecieron los relatos de Tejerina y Candelaria Jaimez, y los viajes frustrados (y un poco frustrantes para el lector) de Cuqui y Olagaray, y el viaje eufórico pero demasiado breve de Lemebel. Me gustan las voces que sale a buscar Leticia El Halli Obeid en el mundo del doblaje de los actores mexicanos, pero me quedo un poco fuera del espejismo de arte y vanidades que busca Marcos López en la bienal de Venecia, tan saturada siempre de símbolos, farsantes y turistas.
Todo esto, claro está, es muy subjetivo, como en todas las lecturas, y en cualquier caso me gustó mucho la idea del libro, la idea del viaje y su crónica, la escritura como un viaje aún no hollado que se realiza con el corazón, la cabeza y las tripas. 

lunes, 2 de abril de 2012

El síndrome Winslet

Cuando se vuelve de un viaje, te puede brotar el síndrome Kate Winslet en Revolucionary Road, la película de Sam Mendes.Es decir, la fantasía del cambio: otro país, otra lengua... Volví de Sicilia hace diez días, Sicilia es una extraña y perfecta mezcla:  barroco a lo bestia y una naturaleza no demasiado domesticada (¡y también buena comida!). Podría haber sido un buen destino para el personaje de Winslet, en vez del glamuroso París. Ella quiere cruzar el Altántico, escapar del sueño americano que la ha enclaustrado en un bonito barrio de las afueras, con un marido y dos niñas (¿o era solamente una?). Los que han visto la peli y también leído el libro, dicen que el enfoque sobre la protagonista es radicalmente diferente. Parece ser que el imaginario romántico de la película (cambiar de vida, volver a los lugares donde fuimos felices) no se aviene para nada con el espíritu crítico de la novela, en la que ella, no sólo no es una heroína contra las convenciones burguesas, sino que está directamente desequilibrada. Hace poco leí en el último libro de Elvira Lindo muy señalada esta diferencia de enfoque, y en cierta forma la autora termina culpando a la película de haber inoculado como un virus y vanamente, la ilusión de cambiar de país (y de vida) a un montón de gente ingenua y desinformada. La escritora cuenta de un lector español que le indaga sobre las posibilidades de vivir en New York, porque en su tierra (Andalucía) se estrechan las oportunidades para salir adelante. Lindo le hace desistir de su viaje, con argumentos ciertamente realistas (desastrosa escuela pública, precios de los alquileres, etc.) pero hay algo demasiado severo en la respuesta de la escritora a este lector: los pragmáticos argumentos de Lindo hacen pensar que debemos liquidar esos impulsos inmaduros, alimentados por los imaginarios románticos y desproporcionados de las películas americanas. Y yo pienso que es verdad que el cine lo embellece todo, pero nos permite, al mismo tiempo, dar alas a esos impulsos, como un aliento abstracto, leve, no necesariamente dañino. Me acuerdo ahora de otra película, más antigua, Viaja a Italia (en español se tradujo Te querré siempre, no se si en Argentina se tradujo igual ya que ambos países compiten por las traducciones más cursis de los títulos de películas), en la que un matrimonio a punto de desmoronarse, terminan recuperándose el uno al otro, justo en el último plano, estancados por culpa del caótico tráfico napolitano.
Sí, los viajes tienen algo catártico, no hay duda, aún cuando no lleguen a los extremos del síndrome Winslet, y el cine da, y seguirá dando, miles de imágenes, terribles, bellas, reparadoras, para justificar esa catarsis del viaje.

lunes, 12 de marzo de 2012

Escrito a vuelapluma: los ritos son más importante de lo que parecen y, por eso, cuando se cumplen, se notan  las ausencias. Hoy me casé en Madrid, rodeada de amigos y una parte de la familia, pero faltaba otra parte. El día amaneció soleado, casi primaveral. Estábamos contentos y comimos mucho, como siempre en las bodas. Los fumadores salíamos a fumar, con la vista del cielo de Madrid, justamente famoso por su azul. "Azul velazqueano" dicen los entendidos. Los ritos también son extraños: en las celebraciones, como la de hoy, uno echa de menos a los que están lejos; en los duelos, como la muerte de los padres, es uno el que está radicalmente ausente, si está irreparablemente lejos. En cierta forma, no haber estado en esas despedidas, vuelve la muerte de los seres queridos un asunto más abstracto. Pero no quería hablar de la muerte. Hoy ha sido un día de celebración. Y quería compartirlo en este breve espacio.

jueves, 16 de febrero de 2012

Almendra y las Malvinas

La muchacha ojos de papel, pequeños pies, fue la banda sonora de mi adolescencia. Resulta raro que esa melodía melancólica encajara con los primeros y turbulentos años setenta. De hecho, fue cruzada o copada por otras canciones y la banda sonora ya fue otra: los Quilapayún, Mercedes Sola, los Olimareños, y Daniel Viglietti que nos animaba a desalambrar, que la tierra es nuestra, es tuya y de aquél. ¿Hubo quizá algo incompatible entre el espíritu libre, eléctrico y rocanrolero de Spinetta y el espíritu sectario y dogmático de la militancia extra juvenil de aquellos años? Más de una década después llegaría Charlie y sus dinosaurios y los muchachos del barrio que pueden desaparecer. Pero eso ya es otra historia.
 Con la muerte de Spinetta leo en muchos blogs recuerdos personales de los años setenta, ochenta y noventa, y resulta evidente que fue la banda sonora de épocas muy diferentes y de más de una generación. En mi memoria personal (subjetiva como todas las memorias personales) era una especie de recuerdo silenciado. Y en la memoria colectiva que brota en muchos artículos que leo estos días, Spinetta era o es un recuerdo encendido, vivo, compartido.
Justamente, el tema de la memoria colectiva está hoy muy traído y llevado a propósito de otro tema: la disputa por las Malvinas. Primeras planas de los periódicos y un insólito consenso. Parece que el patrioterismo no tiene fronteras K o anti K y todos esperan réditos de agitar esa bandera fraudulenta. Como sino hubiese sido suficiente con una estúpida guerra, parece que ahora todos quieren montar otra.
Si con la muerte de Spinetta brota una memoria lúcida, con el retorno del fantasma de las Malvinas vuelve una memoria ominosa: ¿vamos a retroceder al delirio sanguinario del 82? En estos tiempos de crisis del euro, me imagino a Cristina y a Cameron en el último G20, poniéndose de acuerdo para soltar el toro de la patria y aliviar presión frente al tándem diabólico USA/ Euro...esperemos que la cosa no pase de la pura fantochada.

lunes, 6 de febrero de 2012

Rodrigo García se empeña en hacer películas sensibles, cursis, dramáticas y con mujeres. Parece que quiere a sus personajes hasta que la caga y las mata o las maltrata. En Madres e Hijas, Naomí Watts muere en el parto por cabezonería, impensable en un personaje que hasta ahí se portaba de una manera inteligente. En Albert Nobbs (no se si está bien escrito), el personaje que interpreta Glenn Close y protagonista de la película, es rematadamente tonta cuando se comporta como el enamorado de una de las camareras del hotel donde ambos trabajan. Hacerse pasar por hombre era una forma de supervivencia, y ella lo ha conseguido durante años, pero lo logrado como hombre no sabe como defenderlo como mujer. Será por eso que la interpretación de la actriz, que la han nominado al Oscar, me pareció plana y aburrida, sobretodo al lado de la otra mujer disfrazada de hombre de la película y que hace de pintor de brocha gorda. Además los personajes están encerrados en planos medios que no les dejan respirar ni moverse libremente, salvo dos breves instantes de felicidad cinéfila: la cena en casa del pintor, y la escena en el mar de los dos trasvestidos, vestidos de mujer.
Lo extraño es que el hijo de García Márquez da el pego con sus pelis sensibles y femeninas, aunque esta última al menos no es tan manipuladora y sensiblera como Madres e hijas. Por eso encuentro extraño que amigos entusiastas profanos del cine como yo, se hayan fascinado con esas madres e hijas, y sin embargo, no hayan podido entrar en el encantamiento del maravilloso cuento de hadas llamado El Havre de Aki Kaurismaki.
Continuará...

jueves, 2 de febrero de 2012

Me hubiera gustado llamarle Tacones Lejanos, porque las palabras vendrían como pasos del pasado, o simplemente cascotazos, con menos lírica y más metáfora de antiguo régimen, aunque el nombre evoque peli moderna a tope. Una de las pelis de Almodóvar que más me gustan porque tiene al medio ese baile musical en el patio de la cárcel, donde está presa Victoria Abril, con la despampanante Bibi (cuando ése era su nombre) marcando el ritmo. El propio título parece un oximorón como si los tacones, el ruido contundente de un tacón no se aviniera bien con la nostalgia o la lejanía. En cualquier caso, el nombre, claro, estaba pillado, y para que arriesgarse a que la temible SGAE mandara sus esbirros. Así que se llama elaguadeltanque en homenaje a mi ciudad natal (Córdoba, Argentina) y sus diferentes formas de describir que a uno le falta un tornillo: "le falta un jugador en la cancha" "se le caen los caramelos del bolsillo" "está chapita" "no le llega el agua al tanque"... y otras maneras que ahora no recuerdo pero que ya me las soplará mi sobrina Alejandra Baldovín, poeta, escritora y cordobesa hasta la médula. Voy a darle con el ratón a "publicar" antes que me arrepienta de esta ¿aventura? que comienza. Por si acaso, y para curarme en salud os dejo una de las tantas inapelables frases de Viaje al fin de la noche de Céline: "Más vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se hablan de sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la tierra para todos. Intentan deshacerse de su pena y pasársela al otro, en el momento del amor, pero no da resultado y, por mucho que hagan, la conservan entera, su pena, y vuelven a empezar, intentan otra vez endosársela a alguien". Es suicida poner cualquier cosa que uno escriba al lado de la prosa de Céline (alguien me dijo que la de este libro era una prosa peronista, buen tema para un futuro post), por ahora aquí estoy, intentando deshacerme de mi pena. Para título de blog, demasiado drámatico. ¿Cómo lo véis?

martes, 31 de enero de 2012